Desde el primer momento en que la vi, cuando se sentó junto a mi sonriéndome supe que su mirada acabaría doliéndome.
Sin embargo, no imaginé que seria un dolor tan profundamente hondo, un dolor que anegara el corazón con el peso de cien anclas helados de mármol.
Pero mereció la pena por tener entre mis manos el aroma de su respiración cuando soñaba.
¡Espectacular! Cristian. Se evapora en ese final, como la mejor golosina.
ResponderEliminarUn beso de anís.