Las mañanas siguen teniendo su típica belleza, cuando los neones se apagan y la tenue oscuridad nos rodea. Sin embargo para mi carece de ella.
Después de verte a ti nada me parece bonito.
Ni las luces son tan brillantes.
Ni el amanecer tan naranja.
Ni tu tan mía.
Y aun así aquí estoy, despierto día tras día.
El insomnio me corroe las pupilas arrastrando por el recuerdo tu risa, su dulce sonido.
A mi alrededor la ciudad avanza, y a mi me mantiene estático el ancla amarrado a mi cuello.
Como si fueran tus abrazos.
Un dramatismo muy bien expuesto.
ResponderEliminarTe dejo un abrazo de anís, Cristian.
Muchas gracias, un abrazo! :D
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