Irrealidad (3)
Creía que el sol realmente salía al amanecer y se ponía al
anochecer, en cambio, al ver tus ojos brillar en la noche dudé sobre ello.
¿Era posible que tus ojos fueran igual de brillantes que el
sol?
No importó demasiado pues te fuiste disipando en la extensa
bruma que interpuso kilómetros de distancia entre nuestras manos.
Hoy todavía me arrepiento de no haber arremetido contra la
imponente ceguera abriendo abismos entre tú y yo.
Pero supongo que hoy ya no importa, nos separa un océano y
miles de kilómetros, y lo más doloroso, los sentimientos.
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