¡Hola! Hoy traigo una nueva poesía y he decidido subir el primer cachito del relato que os dije que había estado escribiendo, lo tengo abandonado hace tiempo pero puede que lo retome,no sé. ¡Espero que os gusten!
Llanuras obscuras de blancas flores.
Para regar las aciagas sementeras.
Parecía
que el verano quisiera comenzar a asomar entre las flores de primavera. El sol
comenzaba a brillar radiante, acaloraba a las muchachas que iban, cada día, con
camisetas más y más cortas. Totó se había dado cuenta de ello, sus hormonas ya
empezaban a ser, como cada verano, un remanso de locura sexual adolescente.
La
cabeza se le iba en clase, la chica que se sentaba delante suyo enseñaba más
carne de la que podía imaginar ver a una persona vestida. Ella no se daba
cuenta, o eso creía él, pero bajo el cortísimo pantalón vaquero azul
descolorido asomaba, apretando finamente su cintura, un tanga de color negro.
El
joven estaba retraído en su propio universo. Un universo donde los tangas eran
ley, y enseñarlos el primer artículo de la constitución. Sentía rozar sus
tímpanos palabras con el tono de voz agudo de su profesora, palabras que en
momentos normales eran perfectamente asimilables. En cambio, en ese preciso
instante de interacción en su propia cabeza no eran más que balbuceos de una
vieja profesora cansada de soberbios niñatos.
El
grito de un grillo retorciéndose lo despertó de su particular utopía. Se había
acabado el entretenimiento, la joven ya tenía colocado el pantalón en su sitio
y, tal que un rayo ansioso por hendir el través de un árbol centenario, sus
compañeros de clase abandonaban el aula.
Echó
una ojeada a su reloj. –Las tres y cinco- Un aire bochornoso le golpeó el
rostro igual de fuerte que una lápida furiosa en un alud- Hoy el día ha sido de
lo más entretenido- Balbuceó para sí mismo mientras intentaba recordar
inútilmente la imagen del tanga que minutos atrás lo tenía encandilado.
-Hoy
parece que estás aquí físicamente pero no mentalmente, ¿Qué te pasa enano?- Una
voz femenina rompió su intento imaginativo. Miró a
su izquierda, junto a él brillaba la sonrisa más bonita que jamás había visto
en su vida. Una sonrisa que lo tenía profundamente enamorado desde los quince
años.
-No me
pasa nada- Su voz sonó malhumorada sin así quererlo- Y no me llames enano,
sabes que odio que me llamen así.
-Perdona-
La joven bajó la mirada y su voz sonó amarga.
-No
pasa nada Eli, sé que tú lo haces con cariño- Esbozó una sonrisa lo mejor que
pudo, habría jurado que en ese momento su rostro se asemejaba sospechosamente
al de un depravado sexual que acaba de ver a su víctima. Guiñó un ojo, así no
habría malinterpretaciones, ni gestos raros, ni caras raras.
Ella
levantó la mirada y le devolvió la sonrisa hermosa. Le volvía loco, deseaba
besarla. Pero era imposible. Eran amigos desde los cinco años, él se había
insinuado varias veces pero ella le dejó claro que le era imposible, no podía
enrollarse con su mejor amigo. Se le hacía raro solo de pensarlo.
Igualmente
él le daba vueltas a la cabeza, tal vez había cambiado de opinión, ¿por qué no
intentarlo de nuevo?
Era en
vano, eran amigos, solo eso, nada más.
En un
primer instante esas palabras, repetidas varias veces, le hacían sentirse como
la escoria de peor calaña de los más bajos suburbios de la ciudad más corrupta
del mundo. Exageraba. Enseguida olvidaba esos “pseudosentimientos” y pensaba en
otra chica con la que intentar ligar. Tenía en cuenta lo que siempre se decía,
“hay más peces en el mar”, era cierto, pero sabía que sólo con una caña no
atraparía ninguno. Su estrategia magna no podía fallar, llevaba fallando desde
que la usara por primera vez un par de años atrás, aun así no se rendía. Su
gran idea para atrapar a una mujer era sencillo, en vez de ligar con una,
ligaba con todas las chicas que conocía y a las que no conocía, se presentaba
solo para saber si tenían o no novio y así ver su disponibilidad. No importaba
si eran guapas o feas, gordas o delgadas, putas o estrechas. Dos tetas eran dos
tetas y no había que rechazarlas.
-¿Totó?-
Eli le miraba de nuevo con expresiva mirada dudosa, su voz sonó dulce, azucaró
por un instante, mientras su lengua emitía los sonidos de su nombre, sus oídos
que parecía volver a recibir sonidos del exterior de su propia cabeza. -¿De
verdad estas bien?
El
titubeó un instante. Realmente estaba pensativo, el verano inminente lo tenía
cautivado en la dulce quimera donde había mujeres a su alrededor, tangas,
tetas…
-S…-Tenía
la lengua seca y sintió que se le quedaba pegada al paladar. Acababan de
atravesar la gran puerta de acero que cercaba el colegio cerrando la valla que
lo rodeaba. Tragó saliva, por lo menos eso intentó. La decepción de no tener
saliva con la que humedecer la lengua le molestó. –Sí, estoy bien. Simplemente
estoy pensativo.
Ella
esbozó una media sonrisa. Seguían avanzando por la acera serenamente. Sus pasos
oprimían levemente el suelo con su escaso peso. Nunca había sido un chico que
llamara la atención, era bajito comparado con los demás chicos de su edad, y
muy delgaducho. El médico le había aconsejado en varias ocasiones que debía
engordar si no quería tener problemas de salud en un futuro. Y no es que él no
lo intentara, pero por mucho que comía no era capaz de engordar. Recordaba en
cierta ocasión, estando con su hermano pequeño, que había comprado una caja de
un kilo de polvorones, la nochevieja de hacía algunos años, y él solito se
había tragado más de medio kilo. Tras esa hazaña de la que, los primeros
minutos, se sentía tremendamente orgulloso, notó la boca terriblemente seca y
deglutió la parte proporcional de agua. Se formó en su estómago tal bola de harina
que dos días después su madre tuvo que llevarlo a urgencias a sentir las
consecuencias vergonzosas de su gran hazaña. Tres horas de espera en urgencias.
Veinte minutos de lavativas que le dejaron el recto más dolorido de lo que
jamás recordaba haber sentido. Eso contrajo extrañas formas de sentarse durante
dos días y ello, las consiguientes burlas, bien merecidas, de su pequeño deudo.
-¿Qué
tal te han ido las clases?- Eli intentaba arrastrar a Totó fuera de sus
pensamientos.
Él
recordó la amena clase de última hora.
-Bien,
no ha habido nada especial.- Una sonrisa procaz interrumpió sin aviso en su
rostro. Intentó inútilmente ocultarla a la vista de su compañera.
-¿Y esa
sonrisita?- Ella se aproximó a él, dándole a la pregunta aspecto de
interrogatorio de segundo grado. Solo faltaba la luz directa a los ojos y una
habitación extrañamente helada. Cosa que sinceramente no le vendría nada mal en
ese momento, comenzaba a sentir pegajosas gotas de sudor resbalarle por el
rostro y la espalda, empapando su camiseta por las axilas y proyectando el
rancio olor a sudor.
-¿Qué?-
Fingió sorprenderse, su amiga no pareció tragarse la falacia. Le miraba ahora
con ojos inquisidores.
Sin
embargo lo dejó estar, no volvió a preguntárselo. Enseguida se separaron los
camino de vuelta a casa, ella se despidió con un animado y agradable ¡Hasta
luego!, el con un adiós mecánico, brotado de su subconsciente interior, pues se
había vuelto a abstraer en sus simples pensamientos.
Se
contempló como hacía cada día en un enorme cristal-espejo de las oficinas de
una aseguradora. Su rostro era el de siempre. Pelo rojo, piel blanquecina,
labios finos y boca pequeña, brazos delgaduchos y escasa estatura. Sus ojos
eran lo único que destacaba de él, eran de un verde claro, brillante, que pocas
personas tenían. En más de una ocasión, él coincidía con ellos, le había dicho
que su mirada parecía felina.
Siguió
su camino intentando dejar la mente en blanco, le comenzaba a doler la cabeza.
Podía ser por pensar tanto, seguramente sería por el brusco cambio de
temperatura que había ocurrido de un día para otro.
Cambió de ir un día tan
abrigado que parecía una bola azul de neopreno a ser una figura blanca
brillante en camiseta corta.
¡Un abrazo!