Hubo voces olvidadas en regueros
comenzados entre tus morenos muslos,
donde alacranes veían venideros
dos grandes y cristalinos glaucos mundos.
Escuchaba el repiquetear de estrellas
sobre tu espalda como fugaces lluvias
dejando de espinas de rosas sus huellas
en adolescentes lascivias últimas,
y fui yo quien, en hechos de cal, senderos
recorría olisqueando los rumbos
que en cada beso mostraban arrieros
al escucharse el bramar de bueyes mudos.
Voces que se escuchan como ecos en el amanecer de las horas lentas de un nuevo día, senderos nuevos por recorrer.
ResponderEliminarUn beso.